Visión general

Conciertos 31.01.2022

Dos conjuntos y dos directores están invitados a este concierto de estreno en el que el Remix Ensemble, dirigido por su director Peter Rundel, se alterna con el Ensemble Intercontemporain, dirigido por Lucie Leguay, que es bien conocida por los solistas del EIC ya que fue asistente de Matthias Pintscher durante dos años.

Lucie Leguay está en la corte para dirigir In Zimmern, la obra de la compositora turca Zeynep Gedizlioğlu que se estrena en Francia al principio de la velada. Con tan solo 45 años, Zeynep Gedizlioğlu multiplica los honores y premios, habiendo obtenido el Premio de Compositores de la Fundación Ernst von Siemens en 2012 y el Berliner Kunstpreis de la Akademie der Künstle de Berlín en 2019, donde reside actualmente. Encargado por elEnsemble Intercontemporain, In Zimmern se basa en el libro Odalarda del escritor turco Erdal Öz. Una melodía oriental y destemplada recorre la pieza, con sus extrañas combinaciones instrumentales y sus sonoridades hechizantes, como el tratamiento de esas cañas dobles (oboe), un poco guturales, procedentes de la tradición popular. Un discurso tenso, casi violento, emerge de la percusión como las señales de un drama latente. Más fluida y palpitante, la última parte parece iniciar una nueva fase de la narración, que se corta de forma bastante brusca.

 El Remix Ensemble es una falange portuguesa, fundada en 2000 y con sede en Oporto, entre los muros de la Casa da Mùsica. Está en el jardín y sigue inmediatamente, bajo la dirección de Peter Rundel, con la pieza de la británica Rebecca Saunders, Skin (Peau), creada en París en 2016 en el festival alemán de Donaueschingen, por la sorprendente soprano inglesa Juliet Fraser y el Klangforum Wien. Saunders subraya en su nota de intenciones la riqueza polisémica de la palabra del título que la guía para pensar en el timbre e imaginar sus morfologías sonoras. En Piel, las propuestas emanan de la voz, un maravilloso generador de sonidos que van desde las respiraciones a los tartamudeos, desde los ruidosos efectos bucales a las emisiones más inesperadas; citemos, entre otras asombrosas acciones vocales -un microlabio capta toda la delicadeza-, el goteo de sonido mantenido por los rodillos de la lengua en el registro agudo extremo que la soprano hace oír, uniéndose a los golpes de luz conseguidos en el acordeón. El conjunto instrumental, que incluye una guitarra eléctrica, actúa como "caja de resonancia" de la voz. Es su doble, su halo y su deformación/metamorfosis. La sigue como su sombra y más de una vez da la ilusión de los sonidos electrónicos y la magia de sus efectos. El espacio se abre y se cierra, se anima y se congela según las posturas de la cantante, que a veces articula, con voz atonal, palabras que no entendemos. La escucha queda suspendida para el futuro de este viaje exploratorio e iniciático que nos mueve. Los sonidos del Remix Ensemble son deslumbrantes y las energías se funden en una partitura muy virtuosa cuya singular brillantez es restituida por Peter Rundel con una rara maestría. La actuación de Juliet Fraser, para la que Saunders escribió Skin, está fuera de lo común, siempre sobria y con una capacidad virtuosa para su instrumento (la voz fuente que no sólo canta) que va más allá de los límites y ¡mucho más allá!

La idea de unir dos falanges dentro de una misma partitura no es nueva para Hèctor Parra que, en su ópera Das Geopferte Leben (2013) o en Orgia-irrisorio alito d'aria (2017), ya había asociado un conjunto barroco y otro de música contemporánea. Al convocar a dos directores de orquesta en La mort i la primavera (estrenada en Francia), el compositor pretende tratar estas dos entidades de forma complementaria y autónoma: así, el ritmo de los dos directores es a menudo diferente y los tempi divergen. Parra se inspira en la última novela inacabada de la escritora catalana Mercè Rodoreda, un texto poderoso en el que no se definen ni el lugar ni el tiempo y en el que se oponen dos mundos: la ideología sectaria que encierra y justifica todas las exacciones, por un lado, y el pensamiento libre, por otro, la pulsión de vida, el deseo y el amor a través de los dos protagonistas enamorados, el hijo y su suegra, esos "sediciosos inconscientes", como nos dice Rodoreda.

La alineación instrumental está equilibrada de un conjunto a otro, con algunas idiosincrasias para cada uno: en el Ensemble Intercontemporain, una tuba baja, un contrabajo y un arpa son a menudo solistas; en el Remix Ensemble, un contrabajo y un piano son debidamente destacados. Las voces bajas se escuchan en este "ballet imaginario", como se subtitula la obra. Un mundo selvático, áspero y salvaje, rodeado por la estridencia del flautín, se alterna con un flujo más ondulado y consonante, una naturaleza menos hostil atravesada por los efluvios de un oboe casi pastoral. La percusión metálica del cuadro II evoca a los legendarios Niebelungen, mientras que los ecos de la Consagración de la Primavera llegan desde el IV, entre la danza convulsa y los estallidos de lirismo que abren otras perspectivas. ¿Acaso el contrabajo solista (Nicolas Crosse en el papel principal) en V no encarna a este "elegido" (hay una cuestión de ritual en Rodoreda), el que es sacrificado a los dioses y que debe bailar hasta la muerte? El espectáculo auditivo, en el que participan las gesticulaciones de los dos directores, fascina tanto a la vista como al oído, músicos y directores unidos y concentrados para comunicar el fervor de esta visión alucinada.

Michèle Tosi

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