El equipo del Balcón y su capitán, Maxime Pascal, se embarcan en Au cœur de l'océan, una ópera experimental e inmersiva que enlaza mundos y navega entre lo escrito y lo no escrito. Tras su cancelación en la Ópera de Lille el pasado mes de enero, la obra se estrena mundialmente en el Athénée.
Al frente de esta aventura submarina, dos compositores han unido sus talentos: Frédéric Blondy, también pianista y director dela Onceim, muy versado en las técnicas de la improvisación, y Arthur Lavandier, alborotador de la composición (¡escuchen su arreglo de la "Fantástica"!) y cómplice de Le Balcon, con quien ya ha montado tres óperas. Au cœur de l'océan es un esfuerzo de colaboración poco habitual, una especie de "escritura escénica" en la que participan los dos músicos y la libretista Halory Goerger, de Lille, que también dirige la obra: "Hicimos cohabitar nuestras formas de escribir el libreto y la partitura, de interpretar la música y de escribir el fenómeno escénico", explica; con la idea primordial, la de Frédéric Blondy, de trabajar con seis intérpretes-vocalistas que no son cantantes de ópera y que, la mayoría de las veces, se alejan del texto para buscar otros medios de comunicación en su interior, a través del cuerpo y de la voz generadora. Todos son solistas, cada uno a su manera, que desarrollan técnicas de voz muy virtuosas, "en sintonía" y "en sintonía" con el océano y la flora submarina. La puesta en escena, que incluye vídeo, refleja esta zambullida en el abismo, pasando de una escenografía más bien realista y una iluminación "de superficie" a una visión más onírica de las profundidades del océano a través de un vertiginoso descenso acompañado de un hermoso ballet de medusas (vídeo generativo de Jacques Hoepffner).
Reconozcámoslo, la historia, si es que realmente la hay, es difícil de seguir, debido a que los personajes ya no se expresan con palabras. En la trama nos enteramos de que un acaudalado oligarca conocido como Nowitz ha financiado la primera empresa de submarinos de aguas profundas, una tripulación de seis personas en busca de aventuras y con ganas de conseguir "las mejores condiciones posibles con el medio acuático". Y si el sentido se nos escapa a menudo, al igual que el hilo dramático muy/demasiado flojo, la interpretación vocal de los personajes atrapa al oyente y desprende una fuerza expresiva alucinante: la emisión proviene del cuerpo, que pasa por la garganta y vibra en todas las cavidades resonantes del tórax, la cara y la nariz. Entre cantos difónicos, técnicas de ornamentación y sonoridades subliminales à la Beñat Achary, el lamento de la bióloga(Audrey Chen) sobre las "voces" lejanas de la orquesta, nos aleja del "mundo de arriba". Cuanto más bajamos, más extrañas se vuelven las voces -las de Claire Bergerault, Isabelle Duthoit, Phil Minton, Alex Nowitz y Ute Wasserman, todas ellas delirantes y surrealistas-, que parecen fundirse con la fauna y la flora acuáticas: borborigmos, lenguaje "chasqueante", manifestaciones ruidosas, chasquidos percusivos y otras respiraciones laríngeas son llevadas a los límites físicos del intérprete: "Lo que los personajes encuentran al llegar al fondo del océano nunca se nombra; es una relación con el mundo que les satisface", explica Halory Goerger en su nota de intenciones, "una forma de 'experimentar el conocimiento a través de los abismos' que nos comunican a través de sus respectivos modos de expresión". Las voces se amplifican, pero no hay ningún tratamiento artificial", dice Frédéric Blondy.
Amplificada también -es un rasgo constitutivo de la estética del Balcón- la orquesta está en el foso y los músicos vestidos de marineros, echando a menudo una mano a la tripulación con constantes idas y venidas al escenario: una banda militar al principio de la expedición y numerosos solos instrumentales, la guitarra eléctrica sobre la voz de crooner de Han Buhrs (que permanece en cubierta), la tuba y el acordeón compartiendo la aventura submarina con los personajes, o los cuatro percusionistas y sus campanadas iniciando una ceremonia de tipo ritual en el último cuadro; Todas estas intervenciones no requieren el uso de una partitura porque la mayor parte de la música -salvo la parte fija de la electrónica- es improvisada, generada a partir de indicaciones verbales o gráficas dadas por los compositores. Con los brazos extendidos y el rostro expresivo, Maxime Pascal dirige la improvisación, entre un zumbido discreto y continuo y un entramado en movimiento con un rico moiré que apela a las técnicas de interpretación extendida de los instrumentos. Poco a poco nos dejamos invadir por la ola de sonido que nos sumerge, la oscuridad abisal y los extraños fenómenos que la recorren; ¡y hay que reconocer que no volvemos intactos del abismo!
Michèle Tosi