Necks mergiturLa crónica de la escucha

Crónicas 01.07.2021

Desde hace casi 35 años, The Necks, un grupo de virtuosos improvisadores de Australia, se esfuerza insensiblemente por llevar la forma canónica del trío de jazz (piano/doble bajo/batería) a horizontes insospechados, cercanos tanto a la música repetitiva como al post-rock. A la espera de ver a esta banda, ahora de culto, sobre un escenario en Europa, he aquí un intento de agotar una pieza atípica.

Fue gracias a un artículo de Pierre-Yves Macé para la revista Mouvement , en algún momento de 2005-2006, que descubrí a The Necks, un trío formado en 1987 en Australia por Chris Abrahams (piano, órgano Hammond), Tony Buck (batería, percusión, guitarra eléctrica) y Lloyd Swanton (contrabajo, bajo), los tres nacidos a principios de los años sesenta y que ya eran experimentados jazzistas en aquella época.
Y fue poco después, gracias a esta pieza, Abillera, cuando me adentré realmente en esta música encantadora, "en las fronteras del jazz, el kraut y el post-rock, la música repetitiva y el ambient" (Pierre-Yves Macé ).
Abillera, tercer y último tema del CD Chemist (2006), es sin duda una pieza atípica en la discografía de The Necks (volveremos a ella); sigue siendo, para mí, uno de los paseos más épicos en el mundo de la electricidad, los armónicos y el sonido -una especie de montaña rusa sónica (después de la montaña rusa, los picos australianos), una vorágine psicoacústica- que he escuchado nunca. Empecemos por eso: escuchar.

Intento de agotamiento (aviso, spoiler; quizá también prefieras escuchar directamente el tema que aparece a continuación): 

Abillera (1) comienza con un solo de contrabajo de más de tres minutos; un solo abrupto y abstracto, un bucle repetitivo, interminable, lento e hierático de notas graves en pizzicato, cuya presencia tardará en entenderse, tanto que contrasta con lo que va a seguir; un solo que acaba fundiéndose progresivamente en el silencio... del que surge inmediatamente después, y no menos progresivamente, un flujo sonoro hecho de capas (y bucles) de piano y guitarra eléctrica, que se engrosan y entrelazan de tal manera que forjan un engranaje de resonancias en perpetuo movimiento.
Uno piensa en Steve Reich, una especie de aplicación polifónica y psicodélica de su técnica de cambio de fase. Poco a poco, los materiales sonoros se aglutinan y se funden, formando una lava que finalmente estalla a los 7'00'' con la súbita entrada de la batería, implacable y a la vez clamorosa, cuyo rápido tempo y extraña métrica son tan desconcertantes como galvanizantes. De polifónica y psicodélica, la atmósfera se vuelve repetitiva e hipnótica, las sucesivas colisiones de instrumentos y timbres, multiplicadas por diez por los efectos de estudio (reverberación, panorámica, etc.) crean poderosos fenómenos (psico)acústicos, aunque es la guitarra eléctrica la que tiene, es cierto, el papel principal.

Al menos hasta los 10'00'', cuando se hace el silencio, no sin haber expuesto una serie de motivos (riffs) que volveremos a encontrar más adelante.
Sólo entonces nos damos cuenta de la presencia del contrabajo (que en realidad ya estaba ahí desde hacía tiempo, apareció al mismo tiempo que la batería). Y para que entendamos esta introducción, estos tres primeros minutos de la pieza, este motivo del bajo tocado en solitario no era más que una forma de exponer de antemano una parte del esqueleto de la pieza, un bucle que aquí, tomado no de forma aislada sino entre los demás (el bucle de la batería, el bucle del órgano Hammond), adquiere un relieve diferente (y da ganas de volver a poner la pieza al principio para acompañar a este contrabajo solitario, para tocar sobre él, mentalmente o golpeando el ritmo sobre sus rodillas, las secuencias aún inaudibles que luego lo pondrán en marcha)

A los 11'04'', Abillera adquiere repentinamente una nueva dimensión, sufre una nueva metamorfosis: es una explosión de rock que estalla en múltiples sacudidas, en el curso de las cuales, durante cuatro minutos, todos los instrumentos desenrollan sus motivos/bucles en una masa polifónica cada vez más densa, más cargada. En los altavoces y en los oídos, los timbres se extienden y responden unos a otros, entrelazándose y fusionándose: las guitarras heroicas encuentran literalmente el eco de un piano que se difracta y acelera en arpegios líquidos y repetitivos. Pronto se le une un órgano fantasmal, mientras Tony Buck va aumentando progresivamente su golpe en un crescendo impalpable pero implacable. Así, poco antes de los 15'00'' la canción alcanza (¡de nuevo!) su clímax, con la llegada de un bajo metronómico que amplifica el poderoso efecto de los riffs de guitarra. 

Este punto (15'00'') marca también el inicio de la disolución progresiva de la batería, tras un interminable fade out de más de un minuto, magnífico, mágico. Mágico también porque es como una especie de reflejo tecnológico del crescendo puramente instrumental, animado y acústico que acababa de preceder (volveremos sobre esto).
Como si la batería sólo hubiera servido para impulsar, para poner en órbita los bucles que, a partir de 16'25'', empiezan a girar juntos y sobre sí mismos.
Este es el apogeo, el verdadero clímax deAbillera.
El piano toma la delantera, desenrollando como collares de perlas hialinas sus motivos motóricos y wagnerianos, poderosamente consonantes, como un John Adams perdido en el estudio de Phil Spector. Suspensión del tiempo, dilatación de los sentidos. Hasta que el conjunto termina, no menos gradualmente, por recuperar el silencio. Ese silencio del que, apenas veinte minutos antes, parecía haber nacido. 

Juzgue usted mismo:

Abillera es, como decíamos en el preámbulo, un tema atípico, finalmente poco emblemático de la discografía y el enfoque de The Necks. En primer lugar, porque con sus 19'53'', aunque es el más largo de los tres temas de Chemist, es en realidad uno de los más cortos (!) del trío. Desde Sex (1987) hasta el magnífico Three (2020), la mayoría de sus álbumes (unos 25) se componen de un solo tema de más de 45 minutos, improvisado en directo y eventualmente reelaborado en el estudio.
Excepción notable: el conmovedor Next , el segundo álbum de los Necks , publicado en 1990, y compuesto por seis temas que varían entre 5 y 20 minutos. Conmovedor, porque nos permite escuchar a Abrahams, Buck y Swanton todavía en sus inicios, y tomar mejor la medida de su desmesurada empresa: empujar en sus más últimos afianzamientos la forma canónica del trío de jazz piano/doble bajo/batería, hasta llevarla -y esto es precisamente flagrante en Abillera- a las fronteras de la música "docta" (y más particularmente de la corriente minimalista), del kraut y del post-rock.(2) Como lo atestigua aquí, en 1990, Pele, una pieza extraordinaria, ya visionaria, que parece abarcar décadas de historia del jazz mientras nos lleva a través de una multitud de estados, desde una apertura bebop hasta un final tribal, pasando por numerosas fases estáticas, donde el trío se detiene en un bucle para explotar todas sus virtudes armónicas y (poli)rítmicas, sonando el conjunto como una especie de versión jazzística embrionaria deAbillera:

Si Abillera es un tema atípico, es también porque su fuerza reside tanto en la calidad de su "composición/improvisación" como en su producción, convirtiéndose esta última en un componente esencial de la obra. Pocas veces los Necks han disfrutado tanto jugando con los trucos del estudio como aquí: Abillera es uno de los pocos temas "maximalistas" de Necks, uno de los menos improvisados, donde se puede escuchar a Chris Abrahams al mismo tiempo al piano(s) Y al órgano, a Tony Buck a la batería Y a la guitarra eléctrica, a Lloyd Swanton al contrabajo Y al bajo... El estudio (esos fundidos, panoramas, efectos de eco, reverberación y retardo) es un protagonista de pleno derecho de la dramaturgia musical, del trance que aquí se produce, de la composición (aunque, con The Necks, ésta resulte de una improvisación permanente). Si este tema es quizás el más "rockero" de The Necks, es también porque es el más "editado", el que ha sido objeto, tengo la impresión, del mayor trabajo de regrabación y edición. La exposición en solitario del motivo/loop del contrabajo al principio, muy atípica de The Necks, puede escucharse a posteriori como una especie de sampling, copiado y pegado más que tocado. También me encanta la forma en que, alrededor de 15'00'', el crescendo "tocado" de la percusión responde a su versión "artificial", tecnológica, un decrescendo que no es el efecto del instrumentista, sino el del ingeniero de sonido que baja imperceptiblemente la curva de volumen de su toma grabada.... Tantos detalles que, al hacer esta pieza aún más inteligente a mis ojos, la hacen aún más inteligible y agradable para mis oídos.

Este protagonismo del trabajo de estudio es tanto más notable, y singular, cuanto que son los conciertos los que han forjado la reputación de The Necks, y explican -con razón- el culto cada vez más fervoroso en torno a este trío cuyos miembros desarrollan también numerosos proyectos paralelos. De hecho, ninguno de los conciertos que vi se parecía al otro, sencillamente porque el trío concibe cada una de sus apariciones como una actuación ligada a las propiedades acústicas y estéticas del lugar que lo acoge, al ambiente de la velada y a su estado de ánimo del momento: Tengo un recuerdo especialmente fuerte de su aparición el 14 de abril de 2016 en el Collège des Bernardins, donde los músicos aparecieron esa noche para entablar una conversación sin palabras, vertical, ascética y acética con las bóvedas de piedra que había sobre ellos: esa noche, su estado de ánimo, incluso más de lo habitual, era un estado de gracia. Estas apariciones son el resultado, tanto por parte de los músicos como de los oyentes, de una capacidad milagrosa para abandonarse al momento y desafiar su vocabulario y sus hábitos (tanto de tocar como de escuchar). En esto, pero también por su radicalidad, su intransigencia y su obstinación, la trayectoria de los Necks me recuerda, en el ámbito del rock, a un grupo como Swans (3). No parece tener otro objetivo que el de utilizar un estilo (jazz, rock...) para ahondar cada vez más en los misterios del fenómeno musical, para reconectar con la energía primigenia de la materia sonora en una ferviente y paciente relación cuerpo a cuerpo con la música, y así llevar este estilo a otra parte, a un lugar en el que las cuestiones de estética ya no son relevantes; para invitar, tanto en el escenario como en el disco, a abandonar los puntos de referencia, a estar preparados para un trance.

Los Necks deberían volver a los escenarios europeos este otoño.

David Sanson

1. Que es mejor escuchar en buenos altavoces y en versión sin comprimir, comprándolo por ejemplo en la página de Bandcamp del grupo.
2. Una empresa que me parece que se resume en el título, tan sobrio como programático, de su álbum de 1998, Piano Bajo Bateríaasí como el título del único tema que contiene: Unheard...
3. Banda estadounidense de geometría variable fundada por Michael Gira a principios de los años 80, cuya carrera comenzó junto a Sonic Youth y que, tras disolverse en 1998 y reformarse en 2010, ha cosechado desde entonces un éxito bastante fenomenal. En 2019, The Necks aparecieron en dos temas de Significado de la salidaEl último álbum de Swans.

Fotos © Camille Walsh
Fotos © Bruce Lindsay
Fotos © Tim Williams

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