Raquel García-Tomás, la segunda compositora viva que ha pisado la gran sala del Liceo de Barcelona, ha sido galardonada con el Premio Nacional de Música 2020. Su óperaAlexina B lleva a escena el trágico destino de Adélaïde Herculine Barbin (1838-1868).
Llamada Alexina por sus padres, la heroína es una persona intersexual a la que, por primera vez en la historia, se le ha cambiado la identidad de género en Francia. Antes de suicidarse a los treinta años, dejó escrito un relato de su corta vida titulado Mes souvenirs.
La autobiografía, que atrajo la atención de Michel Foucault, fue objeto de un estudio del filósofo en 1978, cuando el cineasta René Ferret llevó a la pantalla en 1985 la historia de esta vida de combate bajo el título Le mystère d'Alexina.
La escritora y académica francesa Irène Gayraud se inspira en la fuente de los escritos para crear el libreto de la ópera (francés con sobretítulos en catalán), que concentra en tres actos y veintidós escenas los momentos más importantes de la vida de Alexina: su encuentro con Sara, hija de la directora del internado donde es profesora, y su amor-pasión por ella; sus encontronazos con la medicina, la iglesia y la jurisdicción, toda una sociedad heteronormativa decimonónica que desprecia su verdadera mezcla de sexos y la obliga a convertirse en hombre (Abel Barbin) para casarse con el que ama; sin que el cambio sea validado por la ley ¿Sabe realmente quién es? "He sufrido y padecido sola, abandonada por todos", escribe antes de quitarse la vida a los treinta años.
Así comienza la ópera, en una blancura virginal y una tonalidad de re menor, la clave altamente simbólica de los réquiems y otros lamentos de la historia. Unos niños (las voces del coro), entre ellos un ángel que vela el cuerpo inanimado de Abel Barbin, evocan con su estribillo(Compagnons de la Marjolène) los días felices de la juventud de la heroína. Con la llegada del médico y el policía, pasamos del blanco al verde, el color dominante en toda la ópera, el color de las instituciones en el siglo XIX, nos dice la directora Marta Pazos. El cuerpo de Alexina/Abel, hermafrodita como se conocía en la época, va a ser sometido a una autopsia...
El flashback, como en el cine, comienza con la llegada de Alexina al instituto donde va a dar clases y conoce a Sara. El escenario es flexible, los decorados descienden de la pasarela y los personajes desaparecen en trampillas, en un primer acto que enlaza a la perfección las diez primeras escenas de la ópera. Las numerosas "caídas del telón" de los actos siguientes fragmentan aún más la narración, que se alarga un poco. El vestuario (de Silvia Delagneau) es de época y las escenas al aire libre, mucho más verdes, recuerdan la importancia de la naturaleza en el siglo XIX. Más interesante es la dirección de actores y la coreografía de gestos(María Cabeza de Vaca) que regula los movimientos de los personajes, cuya estilización no deja de evocar la manera de un Bob Wilson. La escena de amor entre Sara y Alexina, al final del primer acto, es un gran acierto, con la cama bajada de la pasarela y sostenida verticalmente. Marta Pazos añade un toque de voluptuosa sobriedad con la muda participación de los niños en su propia cama, cuyos movimientos contrapuntean este lento ascenso hacia el orgasmo, único momento de plenitud orquestal a la altura del éxtasis wagneriano.
El contexto del siglo XIX y sus colores (los de Franz Liszt y Jules Massenet) están también muy presentes en la partitura de Raquel García-Tomás, que oscila entre la tonalidad y el desdibujamiento de los tonos, las fuentes instrumentales y las instancias ruidosas de la electrónica : una música de lo intermedio, interestílica se diría, que une los temas del libreto y sirve estrechamente a la dramaturgia: como las manifestaciones tormentosas que se repiten varias veces, metáfora, al parecer, del desamor que se siente en el cuerpo de la heroína. Sólo diecisiete instrumentos se instalan en el foso, magistralmente dirigidos por el director español Ernest Martinez-Izquierd.
En esta orquesta de cámara desprovista de metales bajos, el piano y el arpa son particularmente activos con sus espirales ascendentes dirigidas a los registros agudos de los instrumentos, que la electrónica retransmite a veces. Esta atracción por la luz que se siente a lo largo de toda la ópera se cumple en los cantos de la monja Hildegard von Bingen que se escuchan al final de cada acto. Estos momentos de gracia son transmitidos por las voces de los niños magníficamente preparados (Vivaldi Choir-Petits chanteurs de Catalunya) y abren los espacios sin límites que pide Abel en su última aria.
A excepción de algunas entonaciones masculinas en Alexina/Abel, que recuerdan su condición de intersexual, tampoco hay tesituras bajas entre las voces, sino la elección juiciosa y oh-tan-ambigua de contratenor para todos los papeles masculinos (Doctor Goujon, Doctor H., El Abad, Monseñor, el Juez), interpretados con gran soltura y matices, entre la brutalidad y la benevolencia, por Xavier Sabata. Alexina B. es ante todo una ópera para la voz, en la que la orquesta desempeña sobre todo un papel de acompañamiento. También la vocalidad oscila entre una declamación próxima al texto, en una prosodia muy cuidada, y una dimensión más lírica, llegando hasta las verdaderas arias de los actos segundo y tercero. Presente en todos los frentes (El policía, Madame P., Madre de Alexina y Sor María de los Ángeles), la soprano Elena Copons es una voz larga, cálida y bien timbrada que desata los aplausos (¡como en el siglo XIXᵉ!) tras esta aria de bravura en la que expresa su amor indefectible a su hija. Soprano ligera y llena de frescura, Mar Esteve acumula pequeños papeles, el de Alexina de niña, Lea, niña de convento y alumna de internado. La soprano sensible y flexible de la española Alicia Amo en el papel de Sara es igualmente cautivadora. En cuanto al papel principal, confiado a la mezzo francesa Lidia Vinyes-Curtis, es sobrecogedor, exigente por sus variaciones de tesitura y magníficamente defendido por la cantante, cuya presencia escénica rivaliza con su facilidad vocal. Su monólogo final, intercalado de silencios, cuando se despide de Sara y de su madre, deja entrever la verdadera dimensión de una tragedienne.
Michèle Tosi
Raquel García-Tomás (nacida en 1984) : Alexina Bópera en tres actos y 22 escenas, con libreto de Irène Gayraud basado en el testimonio de Adélaïde Herculine Barbin; dirección de Marta Pazos; escenografía de Max Glaenzel; vestuario de Silvia Delagneau; coreografía de Maria Cabeza de Vaca; iluminación de Nuno Meira; vídeo de Raquel García-Tomás. Lidia Vinyes-Curtis, mezzosoprano, Alexina Barbin / Abel Barbin; Alicia Amo, soprano, Sara; Elena Copons, soprano, El policía, Madame P., Madre de Alexina, Sor María de los Ángeles; Mar Esteve, Alexina de niña, Léa, niña del convento, alumna del internado; Xavier Sabata, contratenor, Doctor Goujon, El doctor, Doctor H, L'abbé, Monseigneur, Le Juge; Chœur Vivaldi-IPSI-Petits chanteurs de Catalunya, alumnos del convento, alumnos del internado; Orchestre symphonique du Liceo; director Ernest Martinez-Izquierdo.
Fotos © Toni Bofill